Con el paso del tiempo indudablemente acumulamos experiencia, conocimientos, y muchas, muchas comidas preparadas, pero también nos llega la rutina, la monotonía, y el aburrimiento de hacer siempre lo mismo. Por eso, de vez en cuando va bien hacer un cambio en una receta, aunque ese cambio solo afecte a la forma de presentarla, al recipiente, o a la cantidad. Unas albóndigas pueden convertirse en unas tapas, un salmorejo en un chupito, o unas patatas fritas con huevo en una pizza o una tarta.
Cuando consigo huevos camperos, siempre hay alguna cena en la que los preparo. Un plato con estos huevos gana muchos puntos. Un revuelto, una tortilla o simplemente unos huevos fritos, pasan directamente a la categoría de capricho y merecen un buen marco y buena compañía.
Como comentaba hace unos días Mjos, freír un huevo tiene su aquel, y no me parece muy afortunada esa frase de “no sabe ni freír un huevo”, ¡cómo si fuera lo más fácil de hacer! Eso sin contar con los gustos personales. A mi me gustan sin “puntillas” tostadas, con la clara blanca y cuajada y la yema crudita. Y a la hora de buscarles compañía, me encantan con patatas fritas, arroz blanco, salsa de tomate, pisto… y siempre, siempre, con un buen pan.
Y esta fue la elección para la cena de hoy: patatas panadera, pisto y el huevo frito.
Sencilla, no?, o como decía Martirio, arreglá pero informal.
Para hacer las patatas panaderas, las corté con la mandolina y como era una sola ración las freí en una sola tanda en aceite no demasiado caliente para que no lleguen a dorarse.
Para el pisto puse cebolleta fresca, pimiento rojo, pimiento verde, calabacín y tomate, pero eso va en gustos y cada uno tiene su receta.
Y con los huevos fritos pasa algo parecido, unos los prefieren hechos en aceite bien caliente tostaditos y crujientes, otros menos hechos.
En cualquier caso, esto no es más que una idea.
Espero que os guste.